lunes, 8 de diciembre de 2014

Gélido.

Me arropo hasta donde llegue la cobija pero eso no quita que mis pies se congelen en mitad de la noche. Algunos días el calor imposibilita el sueño y sin embargo cogemos la sábana para sentirnos de cierta forma en compañía, ese calor que solo brinda otro cuerpo.
No importa que tan serena sea tu vida todos queremos un par de calcetas en medio de una noche fría pero las mías se empaparon porque me gusta la lluvia y saltar en los charcos, he ahí el dilema, siempre me olvido del mañana.
Las cenizas no juegan, con el tiempo se alborotan y el frío te invita a coleccionar colillas en caso de que olvides lo miserable de tu vida. Pero por lo menos tienes algo que guardar... Cosa que no sucede con lo recuerdos, con el amor o el pasajero del tren que un día pretendiste comprar para ver si así, si así quizá alguien contigo se querría sentar.
Te escondes tras una muralla de textos sobre ideales ficticios, romances trágicos y una que otra analogía de la vida, buscando respuestas que no quieres escuchar, consejos caducados porque en un corazón enamorado quién coño va a poderle decir cómo reaccionar.
Cuidarse las espaldas solo es apto para ciegos, los que vemos fácil nos perdemos.
Cría cuervos que te sacarán los ojos pero podrás decir que hiciste algo con tu vida.
Toma despacio, disfruta cada sorbo, todo esto es mentira.
Que todo se acabe no significa que deba vivir resignado a la justicia divina.
Me arropo solo en las noches frías.
¿Hasta dónde llega la cobija?

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