Querido diario, esta es la última vez que me diré a mi misma, es la última vez.
Todo comenzó por una llamarada, o bueno, la ausencia de ella. Era un día como cualquier otro de esos que sencillamente no siento antojo de convertirlo en lunes. No me da la gana de pararme de la cama, de comenzar a teclear, de asistir a juntas y mucho menos de ser educada. La culpa es de la vaca pues a conciencia, no sé qué más podría inspirarlos.
Decidí que de momento necesitaba una llamarada. Porque había pasado la noche en vela, porque quería morir acompañada. Porque sencillamente no me entraba en la cabeza sepultar ese viernes por la mañana.
Y entonces comenzó a hervir dentro de mi una completa inseguridad. Un vacío existencial. Creciendo la enorme necesidad de ser atendida, amada y comprendida. Me creció la melena trenzada pero no habían rastros de príncipes, dragones o sapos parlanchines. ¡Qué mierda de mañana!
La impotencia comunicacional aferrada a la maldita lógica de "por qué coño alargar la distancia si estás a 10 cuadras de mi" pero -también me pasa- da un enorme fastidio salir de casa.
No hablaba, escupía rencores, escupía nostalgias, escupía recuerdos y claro, la exigencia cotidiana. Pero no había nadie del otro lado, sin tutu y sin repicar. Dije no me importa, y no me importaba. Hasta los próximos 3 minutos que volví a insistir y de nuevo, nada.
Nada nunca pasa.
Nada nunca mejora.
Nada hace. Nada dice. Nada. Nada. Nada.
Y de pronto llega a mi vida (por invitación únicamente), se mete con los corotos del pescebre, me meto en su cama y a la mañana siguiente, el piso es de lava. Me obliga a flotar y luego se queja de que no toco piso.
Comienzan las excusas
Si no se fue la luz, fue el internet, sino fue la vida o inclusive un meteorito. Si no estaba mercurio fue que el busetero le echó mal de ojo y así comenzamos una lista interminable, como las veces que dije a todos que no me importaba.
Ni bien, ni mal. Nunca me importaba.
Si metía la pata... Normal porque no me importa.
Si yo la metía... Normal porque no me importa.
Nunca me importó hasta los momentos en los que de pronto, de golpe, de todo, me daba cuenta que esta era yo, y ese seguía siendo él pero, sencillamente yo amaba a ese hombre y era luz y era karma... Y no me importaba.
Jugué a ser Corea (la mala) y sobrevolé mis avionsitos. Poofff pofff! El pueblo quedó destruido y a los 30 segundos siguientes, "ven a mi cariño, que me hace falta tu abrigo".
Si me acerco, recibiré una patada en el trasero. Pero aún no sé de quién sería la bota.