El problema de las nuevas generaciones es su increíble falta de tacto.
No podía evitar sentir lo que sentía María Eugenia.
De qué rayos me sirven 5 tomos costosamente encuadernados si no tenía dentro ninguna carta de Gabriel. Ni una nota. Siquiera un gesto que hiciese parecer el regalo un presente íntimo hecho solo para mi, de él.
Porque puede que requiera de los versos de mayores sabios para expresar con mayor calidad su amor pero... No se dispuso siquiera a intentarlo.
Y a mi qué rayos me importa la coherencia? O el estilo? Siquiera la rima.
Para qué utilizar historias antiguas si podíamos escribir en cartas la nuestra.
No me molestaría si fuese torpe, en lo absoluto. Sería nuestra. De ambos. Y nadie en este mundo viviría, sentiría o padecería de un embargo de amor más brillante y elocuente aun sin acentos.
Pero no fue así, no sucedió y nunca sucede.
De 9 notas de personas haciendo cola en una lista imaginaria para comunicarse conmigo. En ninguno de los mensajes estaba él. En ninguno.
Estoy cansada de las esperas. De las ansias. De las promesas a media noche que se marchitan junto a mis querencias con el alba.
Estoy cansada de primeros besos, de evadir despedidas, de siquiera intentarlo.
Me ha agotado la vida el exprimir mi corazón para entregar solo las mejores cosechas.
Ese es el problema, el dilema, el pan de cada día... La costumbre de aceptar cerrar el pico por los modales que definen al sexo femenino.
Sí, seguramente ese era el problema. No podía serlo yo.
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