Qué caprichosos son algunos con las fechas, jamás entendí claramente el por qué hasta que un día, bien pudiese ser cualquiera, la maldición me recordó tu nombre y desde entonces, no pude dejar de darle vuelta.
Ahora que comprendo a profundidad la necedad e innecesariedad de mis allegados por fijar en su memoria días en el calendario, noto que la única forma de no romantizar los recuerdos es cronometrarlos. ¡Vaya error el mío!, yo me quedé en el tacto.
Y así fui desarrollando una historia en base a los baches que me dejabas cada vez que yo huía. Rellenando las imperfecciones por detalles encantadores que nadie más que yo, en ese momento, vería. Y lo peor, justifico ahora, es que no hablo del tiempo pasado si no el momento exacto en el cual me daba por pensarte un rato.