Siempre tuve estae brillo extraordinario que hace que la gente se acerque a mi... No recuerdo haber ido alguna vez a algún bar sin que algún extraño me ofreciera un trago.
Esa cosa exquisita que hace que la gente quiera hablar conmigo, siempre goce del privilegio de llegar completamente sola y volver a casa acompañada.
Nunca me han faltado pretendientes y me he podido dar el lujo de cancelar a último segundo sin repercusión alguna.
Es demasiado divertido ser la rubia que todos quieren.
Soy aquella cosa que hace que la gente se vuelva loca y vuelva a ser idiota y adolescente... Que hace parecer que absolutamente nada puede estar mal si así no se siente y que el máximo placer es meter la pata y disfrutar haciéndolo.
Pero nunca me quedé en ninguna parte... Nunca terminaba de encajar, por eso siempre, cada noche, llegaba ese momento en el cual sencillamente salía corriendo, huía del bullicio y volvía a mi cuarto a fumar tres cigarrillos seguidos y sentirme mal por mi propia existencia.
Siempre quise mudarme a la capital porque es la máxima expresión de quien soy, lo que busco... Una tierra que olvida fácil, que promete un mundo y cumple nada, extraños por doquier, millones de caras nuevas, sitios nuevos, cosas nuevas que hacer... Allá nada es de nadie y sin embargo es más mío que tuyo, allá todo es ajeno, todo es momentáneo... Estar allá es lo más cercano que he estado a estar en casa.
De todas las cosas que aprendí en mis estadías esporádicas una de las que mejor fue a siempre irme antes de que todos se vayan, por esa razón tiendo a olvidarme de los nombres hasta el punto en que vagamente recuerdo alguno... Donde acepto los sucesos como cosas que pasan, los hombres pasan, las historias también, los amores... Allá nadie ama, no existe tal cosa como amor.
La segunda lección que me enseñó Caracas fue a no ser más de lo que la gente quiere ver de ti, a no intentar darse a conocer, a no mostrar y a mucho menos exhibir la verdadera personalidad... Poder ser quien quiera, tener la libertad de despejarme de mi vida y vivir cualquier otra que en ese momento quisiera pero sin olvidar que hay otros que juegan a lo mismo.
Así que al pasar los meses aprendí a ser distante, a ser extraordinariamente encantadora y calculadora... A no saltar risgos tomada de manos... A rodar, a volar, a ser una bestia salvaje con un gran apetito por las luces de la ciudad...
Pero creo que nuestro yo interno siempre se da a relucir o quizá sencillamente aun no domino la técnica, porque aun hay en mi esa niña caprichosa e insistente que quiere caminar despacio, tomar cafés, que le regalen flores y por qué no?... Pasar todas las noches con la misma persona.
Entonces tengo estás dos personalidades chocando entre sí y lo que lo hace magnifico es como una cuida de la otra... Mientras la pequeña sufre, sale la bestia a defenderla a capa y espada... Y cuando la bestia está cansada, sale la niña a decirle que está bien fiarse de vez en cuando de alguien que parece bueno.
La locura y la inocencia siempre me han caracterizado.
Como que soy esa loca que se come el mundo entero y sólo busca alguien que la dome, alguien que le diga que está bien tomar descansos, que está bien recostar la cabeza sobre un hombro, que no todos los que parecen lobos muerden....
Y en eso baso mi vida, en aventuras e imposibles, en romances y en fracasos.
Al final de cuentas, nací para ser la otra mujer.
Aquella que no tiene nada y lo quiere todo.
Sé que no soy la chica a quien llevarían a cenar... Por eso odio cuando me piden contar de mi algo más allá de lo impersonal. Odio los buenos tratos porque creo en la bondad.
Y creo tanto en ella que da tanto miedo que entro en negación.
La verdad, soy más complicada de lo que parezco y más sencilla de lo que se cree....
Pero está bien, sé que soy demasiado para digerir.
Una mezcla entre todo, entre nada, entre variaciones, cambios de humor, cambios de estado, cambios de personalidad y de ropa...
Todo pasa tan rápido en mi vida...
Pero si les dijera que no quería ser así, les mentiría.
Ambos sabemos que no preferiríamos que yo fuese de otra forma.
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